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EL BLOG DE NOEMÍ TUR
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Convivir con la enfermedad, sus limitaciones y el dolor

¡De la queja a la gratitud!

Hay situaciones en la vida que sin lugar a dudas invitan a quejarse, como una reacción natural para liberar tensiones acumuladas por el evento en sí. Una enfermedad grave o la pérdida de un familiar cercano, son experiencias dolorosas por las que una queja puede despertar nuestra empatía.

Ante las dificultades tenemos dos opciones: Analizar cada situación y buscar el aprendizaje más apropiado o resistirnos, adoptar la queja y convertirnos en víctimas de nuestras circunstancias.

La realidad es que no podemos esperar una vida libre de dificultades, y por mucho que lo intentemos no podremos huir de las situaciones conflictivas eternamente.

La enfermedad en el día a día

Convivir con una enfermedad nos da la posibilidad de desarrollar capacidades que no teníamos, puesto que cuando nos encontramos con un gran reto, lo que necesitamos para recuperar el equilibrio es desarrollar nuevas habilidades personales para afrontarlo.

Está claro que a este aprendizaje preferiríamos haberlo hecho de otra manera: sin limitaciones, condicionamientos o dolor pero los maestros y maestras en la vida vienen bajo muchos tipos de formas.

Cuando vemos estas circunstancias como una mala jugada de la vida, como mala suerte, y nos resistimos a hacer los cambios que nos propone, entramos en la queja. Lo preocupante de esta segunda opción es que se convierta en un hábito, que nos limite en nuestras potencialidades y genere una actitud negativa, que con el tiempo se tornará en la respuesta automática frente a las dificultades. Me convierto así en una víctima, maltratada por la vida a la que los demás le deben ayuda y reconocimiento por lo mucho que ha sufrido.

Queja por dolor

De todas las opciones, la queja es una de las peores que podemos elegir. Durante esta condición de frustración e impotencia constantes, el cerebro libera hormonas como la Noradrenalina, Cortisol y Adrenalina que alteran todavía más el funcionamiento de nuestro cuerpo, predisponiéndonos al empeoramiento de nuestra situación de salud.

Algunos científicos afirman, incluso, que estar expuestos de manera reiterativa a la queja, deteriora o elimina las conexiones neuronales presentes en el hipocampo de nuestro cerebro. Esa es, precisamente, la zona encargada de encontrar soluciones a los problemas que nos aquejan.

La energía que utilizamos en la queja es la que necesitamos para superar la adversidad. Es cierto que frente a ciertas situaciones es sano reclamar, es un derecho del que debemos hacer uso porque también forma parte de nuestras alternativas y fortalece nuestra autoestima.

Pero cuando comenzamos con la queja porque alguna parte de nuestro cuerpo tiene un síntoma, estamos negando lo mucho que se esfuerza por mantenernos con vida y generar nuestro bienestar. Nos olvidamos de todo lo que sí podemos hacer todavía con él y nos centramos en aquello que ya no nos permite, desvalorizándolo y por lo tanto debilitándolo físicamente así como recortando nuestra autoestima.

Cuando tenemos una área de nuestro cuerpo que no funciona como está diseñada para hacer, lo que necesita es recuperarse y  fortalecerse. Para conseguirlo necesitamos apoyarla con nuestro pensamiento, nuestros sentimientos y nuestras acciones. Imaginemos que nuestro cuerpo es un sistema formado por partes, como podría ser una familia. Todo grupo, en distintos momentos, tiene un miembro que podría etiquetarse como “el más débil”…el que más le cuesta,  el que más dificultades tiene, o el que necesita más ayuda… ¿Qué pasaría si a ese miembro más débil le estamos recordando todo el tiempo todo aquello que no puede hacer? ¿le ayudaría a sentirse más fuerte? ¿o por el contrario le debilitaría?

Muchas veces tratamos así a nuestra parte del cuerpo más débil: quejándonos por que no puede hacer aquello que queremos “¡Esta maldita rodilla ya no me deja ir a correr!” y hablamos de las dificultades de salud como un engorro en el que nosotros no tuviéramos nada que ver. “Estoy mal del estómago y me han prohibido beber alcohol”… enfadarse, quejarse y autodevaluarnos porque no aceptamos nuestra nueva situación, no es una ayuda en ningún aspecto. 

El cambio hacia la gratitud

Y es que podemos elegir estar agradecidos de la enfermedad, en lugar de quejarnos de ella, porque para curarnos debemos tomar decisiones que nos benefician y nos dan la oportunidad de vivir mejor, como:

  • Priorizar nuestras necesidades.
  • Dejar de hacer aquello que no queremos pero a lo que nos obligábamos en busca de aceptación.
  • Hacer aquello que en la salud no nos permitíamos y que en realidad queríamos hacer.

La curación de nuestros síntomas nos pide elegir el camino de nuestra libertad: libertad de acción, limpieza de emociones y soltar todo aquello que era secundario (trabajo, dinero, cumplir con las expectativas sociales…) y que le estaba robando el tiempo a lo realmente importante (los afectos, las relaciones y el encuentro con uno mismo).

Un ejemplo fascinante de una emoción que puede cambiar por completo nuestra fisiología es la gratitud. La gratitud, un estado de apreciación y agradecimiento por lo recibido (ya sea esto tangible o intangible), provoca una respuesta hormonal que estimula el sistema nervioso y bloquea el daño causado por las hormonas del estrés. Concretamente, la gratitud favorece la producción de los neurotransmisores antidepresivos dopamina y serotonina.

Si estamos constantemente buscando la negatividad y los problemas, las vías neurales de los pensamientos negativos se vuelven más fuertes. Pero practicar la gratitud puede mover el foco de nuestra atención hacia eventos y situaciones amables que, de otro modo, pasaríamos por alto.

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Noemí Tur

La gratitud es una afirmación de la bondad; afirmamos que hay cosas buenas en el mundo, y que nosotros las recibimos. Las imágenes de resonancia magnética funcional que mapean los correlatos neurobiológicos del agradecimiento revelan que cuando sentimos gratitud, el cerebro activa las áreas responsables de la sensación de recompensa (Fox et al. 2015)

Es decir, la gratitud es un mecanismo biológico que premia la bondad y la generosidad, lo que nos beneficia a nivel personal y tiene un impacto positivo en la cohesión social. Gratitud, bondad y generosidad benefician tanto al que da como al que recibe. 

“Pensar en cosas que agradeces te obliga a centrarte en aspectos positivos de tu vida. Este simple acto incrementa la producción de serotonina en la corteza cingulada anterior”– Alex Korb, neurocientífico y autor de The Upward Spiral

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